martes, 31 de julio de 2012

Las formas mentales

Al hombre le fue concedido, como a su Dios, ser un creador. La chispa de vida que tiene dentro de él es capaz de otorgar vida eterna a las partículas indeferenciales que existen en la naturaleza. En otras palabras, dentro del hombre hay una piedra de toque que transforma en una sustancia similar a él todo lo que se pone en contacto con su persona.

Como el universo está lleno de las chispas de las ruedas de Dios, también los elementos de la naturaleza están llenos con las chispas que se desprenden de las ruedas de vida, retorciéndose y girando dentro de los organismos más bajos de la naturaleza. El hombre es un dios que se está haciendo; está mucho más cerca de la divinidad de lo que cree o de lo que le conviene creer. El infinito deseo de crear late en su sangre en la misma forma en que lo hace en el ser de la Deidad; en cada momento de su vida expresa las cualidades divinas de la creación. No sólo crea seres semejantes a él y perpetua su especie por media de la ley natural, sino que es también un creador en los planos más elevados de la naturaleza. Del mismo modo en que su organismo físico reproduce seres semejantes a él, también nacen de su ser otros hijos.

Volviendo a las cuatro creaciones del cuerpo de Brahma, podemos decir ahora que de las sustancias simbólicas de los pies de Brahma (tierra material) de de los muslos de Brama (agua etérea), del pecho de Brahma (fuego astral) y del cerebro de Brahma (aire mental) es modelado el vehículo cuaternario por medio del cual el ego espiritual puede funcionar respectivamente en los mundos físico, etéreo, astral y mental. Por medio de los poderes generadores del mundo físico, el hombre ayuda a formar los cuerpos físicos de los seres vivientes que lo acompañan en la vida. En la misma forma es capaz de dirigir los planos de sustancia que sirven para expresar otras oleadas de vida en evolución, puramente física. En el tercer mundo, donde el hombre rojo nació de Brahma, emana del Brahma en el hombre una gran corriente de seres construidos por sí mismo, muy similares a los hijos del cuerpo físico producidos en este mundo. Su responsabilidad hacia esos seres es tan grande como hacia los de su misma carne y sangre que crecen en torno de él en la forma de hijos y descendientes. No podemos comprender lo porque estos hijos son invisibles a la vista normal del mundo físico. El clarividente entrenado, sin embargo, es capaz de verlos, y comprende que estamos ahora poblando este mundo con hijos que crecerán para ser sus futuros ciudadanos, en forma tan segura como poblamos el plano astral con los hijos de nuestras emociones, extrañas y ardientes criaturas nacidas de nuestro propio cuerpo emocional, cuyo vértice remolinante se halla en el hígado. Este cuerpo es el León del Querubín, y de él se derrama en el mundo la progenie del plano emocional.

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